El juego simbólico es una experiencia vital de la infancia que posibilita transformar, crear otros mundos, vivir otras vidas, jugar a ser otros, y así, aprender a pensar como los otros, a sentir como los otros y en definitiva, a saber que existen formas de pensar y sentir diferentes a la suya propia.
Es un juego libre y autónomo, apenas necesita condiciones, aunque se enriquece si los espacios, objetos o tiempos de dedicación son propicios para que aparezca. No precisa de la intervención de los adultos, aunque a veces una mirada que demuestre interés, lo favorece y otras, lo inhibe. No necesita que se enseñe (los verdaderos expertos en juego simbólico son los niños), aunque sería importante que tuviera más presencia en la planificación educativa de la etapa 0-6 años.
El juego simbólico se puede jugar en solitario y en contextos no escolares, pero como juego social es fundamental realizarlo con otros niños y su finalidad pedagógica es tan interesante, que no debería ser relegado o incluso excluido por otras propuestas educativas, actualmente más valoradas.
Esta publicación pretende animar a descubrir (o redescubrir) el universo de los juegos simbólicos, sus significados, su sentido, sus beneficios y posibilidades. La escuela es un lugar donde también se aprende a vivir y el juego simbólico es un “espacio de ensayo” para el aprendizaje de la vida.
Autor: Ricard Huerta Ramón. Revista “Pulso” nº 34 (2011).
El tándem Abad-Ruiz de Velasco nos regala esta pequeña joya en la que se unen las artes visuales y la capacidad evocadora del juego entre los más pequeños. Y digo regalo porque no estamos habituados a este tipo de concordancias, en el que las partes llegan a encajar remarcando su novedosa aportación de conjunto. Como destaca Vicenç Arnaiz en el prólogo de la obra: «Quizá el juego simbólico sea una de las piezas que nos falte en la configuración de una pedagogía de la vida interior». Y este libro compartido es la nueva entrega de todo un engranaje que viene de lejos.
Sabíamos del buen hacer de Javier Abad, especialmente a través de sus instalaciones. En diferentes ocasiones nos había demostrado su extraordinaria capacidad para establecer ritmos y cadencias mediante elementos muy sencillos (al menos en apariencia). Recuerdo algunos de los montajes que pudimos ver en los congresos de Arte Infantil de la Universidad Complutense y en otras reuniones de investigadores de educación artística. Ahora se despliegan en el libro muchas de sus intervenciones, gracias a la documentación gráfica del volumen. Se trata de un libro con numerosas ilustraciones, la mayoría de ellas en color. Me ha asombrado el apartado: «Configuración de espacios de juego simbólico a partir de instalaciones» (de la página 193 a la 203), toda una demostración de relato gráfico. En estas diez páginas se resumen muchas de las ideas que aparecen a lo largo del libro. Podríamos incluso prescindir de los textos que acompañan a las fotografías en muchas ocasiones, ya que las imágenes relatan a la perfección muchas de las cuestiones tratadas. Únicamente mirando las imágenes comprobamos que se ha investigado de forma coherente sobre la capacidad que tienen los niños y las niñas para organizar el espacio, para integrar las formas y los colores, pero sobre todo para expresar sus ideas y sus aprendizajes mediante la disposición de elementos compositivos. La integración del cuerpo en el espacio y la manipulación de los objetos que se van disponiendo suponen un relato visual de gran relevancia. Javier Abad dispone sus elementos con gran capacidad y entrega, sugiere tramas, implica a los más pequeños en esta empresa colaborativa, y consigue finalmente que los participantes exploren las posibilidades hápticas y sensibles de los resultados.
En el libro se habla mucho del juego, de la observación, de la imaginación, y de la acción. Otro gran acierto de los autores consiste en haber ido integrando de manera progresiva tanto las reflexiones teóricas como las filiaciones artísticas de cada concepto analizado. Y es en este apartado de conciliación donde se encuentra el gran acierto del trabajo. El dueto Abad-Ruiz de Velasco delimita un ejercicio de complicidades que da muy buen resultado. Ángeles como pedagoga y Javier como educador en artes utilizan y dejan fluir sus mejores estrategias para compensar y equilibrar ambos territorios. En ese sentido, el desarrollo de los sucesivos capítulos nos da a entender que se ha querido conceptualizar y teorizar desde el inicio para llegar a comprender mucho mejor las posteriores acciones, que como habíamos comentado antes, se nos ofrecen con unas imágenes contundentes y bellas. En medio de todo este camino desarrollado, la completa complicidad del arte y de los artistas, tanto contemporáneos como de diferentes épocas, ayudan a comprender mucho mejor cada concepto analizado.
Siempre fui un aguerrido defensor del papel reciclado, y especialmente del cartón ondulado. Esto debe tener algo de genético, ya que nací en la comarca donde estuvo la primera fábrica de papel de Europa, allá por el siglo XIII, y donde continúa habiendo fábricas de cartón ondulado importantes por sus exportaciones. Me parece que este material es uno de los descubrimientos que más impacto ha tenido en nuestras vidas, y por supuesto en el comercio de mercancías, pieza clave para entender la economía global. Que la humilde caja de cartón ondulado se convierta en motivo de uno de los conceptos tratados en el libro ha devuelto a mi memoria multitud de posibilidades que podrían haber tenido mayor repercusión, al menos en mi tarea como docente, pero también en otros momentos de mi vida cotidiana. El contraste de la caja de cartón ondulado como elemento «frágil» al tiempo que «fuerte» me ha sumergido en todo un mundo de posibilidades educativas y artísticas. La metáfora de la caja como «madre de infinitas posibilidades» le da al inicio del libro un empaque extraordinario. De lo sencillo a lo más complejo. Cuando la sencillez, por sí misma, ya es casi una cuestión barroca.
El juego simbólico, producto de una entente bicéfala, estudio construido tras años de experiencia y confianza, ofrece tantísimas sugerencias que resulta difícil abarcarlas en una reseña como ésta. Yo destacaría el apartado titulado «El espejo y los disfraces: juego de identidades», en el que se pone de manifiesto la importancia que adquieren los espejos y los disfraces para elaborar la propia identidad. Se inicia el apartado con una conversación entre unos niños y su maestra, para después repasar algunas referencias artísticas: Caravaggio, Waterhouse, Velázquez, Goya, Magritte, Kapoor, Muñoz o Pistoletto. Todo ello bien tramado con jugosas aportaciones de teóricos como Lacan, Winnicott, Huizinga o Egan. Lo más extraordinario del asunto es que el dueto Abad-Ruiz de Velasco ha sabido trabar de un modo muy convincente toda esta afluencia de autores y de obras. La ventaja: el texto se lee fácil, mientras que las imágenes van aportando la suficiente información para enriquecer la parte escrita. Y viceversa.
Creo que, con El juego simbólico, Javier Abad y Ángeles Ruiz de Velasco han sabido construir un ensayo revelador, pertinente, y sugerentemente atractivo. Los autores nos dicen que «Observar el juego forma parte del papel que debe desempeñar el educador ante éste». Yo creo que el libro, además de resultar interesantísimo para los educadores, es también una herramienta válida para padres y para adultos en general. Porque nuestro cuerpo, y nuestra relación con el entorno, es algo con lo que nacemos y con lo que funcionamos durante toda nuestra vida. Y por tanto, el hecho de que el trabajo de estos autores se haya centrado en los públicos infantiles, no supone que sus apreciaciones sean únicamente válidas para estas edades primeras. Es como si pensásemos que, por el hecho de tener normalmente personajes infantiles, el cine de Hayao Miyazaki fuese solamente para niños. No es así. Cualquier edad es válida para repensar frases como ésta: «Dibujar no sólo consiste en expresar sentimientos, sino también en organizar la representación de una emoción».
El juego simbólico en el que nos han atrapado la pareja Abad-Ruiz de Velasco supone todo un reto para repensar muchísimos aspectos en nuestras propias vidas, como personas, y también como educadores. Muy recomendable.
Autor: Ricard Huerta Ramón. Revista “Pulso” nº 34 (2011).
El tándem Abad-Ruiz de Velasco nos regala esta pequeña joya en la que se unen las artes visuales y la capacidad evocadora del juego entre los más pequeños. Y digo regalo porque no estamos habituados a este tipo de concordancias, en el que las partes llegan a encajar remarcando su novedosa aportación de conjunto. Como destaca Vicenç Arnaiz en el prólogo de la obra: «Quizá el juego simbólico sea una de las piezas que nos falte en la configuración de una pedagogía de la vida interior». Y este libro compartido es la nueva entrega de todo un engranaje que viene de lejos.
Sabíamos del buen hacer de Javier Abad, especialmente a través de sus instalaciones. En diferentes ocasiones nos había demostrado su extraordinaria capacidad para establecer ritmos y cadencias mediante elementos muy sencillos (al menos en apariencia). Recuerdo algunos de los montajes que pudimos ver en los congresos de Arte Infantil de la Universidad Complutense y en otras reuniones de investigadores de educación artística. Ahora se despliegan en el libro muchas de sus intervenciones, gracias a la documentación gráfica del volumen. Se trata de un libro con numerosas ilustraciones, la mayoría de ellas en color. Me ha asombrado el apartado: «Configuración de espacios de juego simbólico a partir de instalaciones» (de la página 193 a la 203), toda una demostración de relato gráfico. En estas diez páginas se resumen muchas de las ideas que aparecen a lo largo del libro. Podríamos incluso prescindir de los textos que acompañan a las fotografías en muchas ocasiones, ya que las imágenes relatan a la perfección muchas de las cuestiones tratadas. Únicamente mirando las imágenes comprobamos que se ha investigado de forma coherente sobre la capacidad que tienen los niños y las niñas para organizar el espacio, para integrar las formas y los colores, pero sobre todo para expresar sus ideas y sus aprendizajes mediante la disposición de elementos compositivos. La integración del cuerpo en el espacio y la manipulación de los objetos que se van disponiendo suponen un relato visual de gran relevancia. Javier Abad dispone sus elementos con gran capacidad y entrega, sugiere tramas, implica a los más pequeños en esta empresa colaborativa, y consigue finalmente que los participantes exploren las posibilidades hápticas y sensibles de los resultados.
En el libro se habla mucho del juego, de la observación, de la imaginación, y de la acción. Otro gran acierto de los autores consiste en haber ido integrando de manera progresiva tanto las reflexiones teóricas como las filiaciones artísticas de cada concepto analizado. Y es en este apartado de conciliación donde se encuentra el gran acierto del trabajo. El dueto Abad-Ruiz de Velasco delimita un ejercicio de complicidades que da muy buen resultado. Ángeles como pedagoga y Javier como educador en artes utilizan y dejan fluir sus mejores estrategias para compensar y equilibrar ambos territorios. En ese sentido, el desarrollo de los sucesivos capítulos nos da a entender que se ha querido conceptualizar y teorizar desde el inicio para llegar a comprender mucho mejor las posteriores acciones, que como habíamos comentado antes, se nos ofrecen con unas imágenes contundentes y bellas. En medio de todo este camino desarrollado, la completa complicidad del arte y de los artistas, tanto contemporáneos como de diferentes épocas, ayudan a comprender mucho mejor cada concepto analizado.
Siempre fui un aguerrido defensor del papel reciclado, y especialmente del cartón ondulado. Esto debe tener algo de genético, ya que nací en la comarca donde estuvo la primera fábrica de papel de Europa, allá por el siglo XIII, y donde continúa habiendo fábricas de cartón ondulado importantes por sus exportaciones. Me parece que este material es uno de los descubrimientos que más impacto ha tenido en nuestras vidas, y por supuesto en el comercio de mercancías, pieza clave para entender la economía global. Que la humilde caja de cartón ondulado se convierta en motivo de uno de los conceptos tratados en el libro ha devuelto a mi memoria multitud de posibilidades que podrían haber tenido mayor repercusión, al menos en mi tarea como docente, pero también en otros momentos de mi vida cotidiana. El contraste de la caja de cartón ondulado como elemento «frágil» al tiempo que «fuerte» me ha sumergido en todo un mundo de posibilidades educativas y artísticas. La metáfora de la caja como «madre de infinitas posibilidades» le da al inicio del libro un empaque extraordinario. De lo sencillo a lo más complejo. Cuando la sencillez, por sí misma, ya es casi una cuestión barroca.
El juego simbólico, producto de una entente bicéfala, estudio construido tras años de experiencia y confianza, ofrece tantísimas sugerencias que resulta difícil abarcarlas en una reseña como ésta. Yo destacaría el apartado titulado «El espejo y los disfraces: juego de identidades», en el que se pone de manifiesto la importancia que adquieren los espejos y los disfraces para elaborar la propia identidad. Se inicia el apartado con una conversación entre unos niños y su maestra, para después repasar algunas referencias artísticas: Caravaggio, Waterhouse, Velázquez, Goya, Magritte, Kapoor, Muñoz o Pistoletto. Todo ello bien tramado con jugosas aportaciones de teóricos como Lacan, Winnicott, Huizinga o Egan. Lo más extraordinario del asunto es que el dueto Abad-Ruiz de Velasco ha sabido trabar de un modo muy convincente toda esta afluencia de autores y de obras. La ventaja: el texto se lee fácil, mientras que las imágenes van aportando la suficiente información para enriquecer la parte escrita. Y viceversa.
Creo que, con El juego simbólico, Javier Abad y Ángeles Ruiz de Velasco han sabido construir un ensayo revelador, pertinente, y sugerentemente atractivo. Los autores nos dicen que «Observar el juego forma parte del papel que debe desempeñar el educador ante éste». Yo creo que el libro, además de resultar interesantísimo para los educadores, es también una herramienta válida para padres y para adultos en general. Porque nuestro cuerpo, y nuestra relación con el entorno, es algo con lo que nacemos y con lo que funcionamos durante toda nuestra vida. Y por tanto, el hecho de que el trabajo de estos autores se haya centrado en los públicos infantiles, no supone que sus apreciaciones sean únicamente válidas para estas edades primeras. Es como si pensásemos que, por el hecho de tener normalmente personajes infantiles, el cine de Hayao Miyazaki fuese solamente para niños. No es así. Cualquier edad es válida para repensar frases como ésta: «Dibujar no sólo consiste en expresar sentimientos, sino también en organizar la representación de una emoción».
El juego simbólico en el que nos han atrapado la pareja Abad-Ruiz de Velasco supone todo un reto para repensar muchísimos aspectos en nuestras propias vidas, como personas, y también como educadores. Muy recomendable.
El juego simbólico es una experiencia vital de la infancia que posibilita transformar, crear otros mundos, vivir otras vidas, jugar a ser otros, y así, aprender a pensar como los otros, a sentir como los otros y en definitiva, a saber que existen formas de pensar y sentir diferentes a la suya propia.
Es un juego libre y autónomo, apenas necesita condiciones, aunque se enriquece si los espacios, objetos o tiempos de dedicación son propicios para que aparezca. No precisa de la intervención de los adultos, aunque a veces una mirada que demuestre interés, lo favorece y otras, lo inhibe. No necesita que se enseñe (los verdaderos expertos en juego simbólico son los niños), aunque sería importante que tuviera más presencia en la planificación educativa de la etapa 0-6 años.
El juego simbólico se puede jugar en solitario y en contextos no escolares, pero como juego social es fundamental realizarlo con otros niños y su finalidad pedagógica es tan interesante, que no debería ser relegado o incluso excluido por otras propuestas educativas, actualmente más valoradas.
Esta publicación pretende animar a descubrir (o redescubrir) el universo de los juegos simbólicos, sus significados, su sentido, sus beneficios y posibilidades. La escuela es un lugar donde también se aprende a vivir y el juego simbólico es un “espacio de ensayo” para el aprendizaje de la vida.