
Ángeles Ruiz de Velasco y Javier Abad
Nuestras rutas emocionales son dibujos de caminos trazados que representan una pequeña parte del territorio, y no el mundo al completo (Eva Martínez Pardo).

La rayuela como metáfora de vida
¿Quién no ha jugado o dibujado el recorrido de una rayuela? Nadie sabe cuándo, cómo o dónde se originó este juego universal que se puede encontrar en diversas culturas y países con diferentes nombres. Según la leyenda, fue inventada por un monje español que quiso simbolizar la existencia o transcurso de la vida con sus dificultades y alternativas, etapas previas a la salvación del alma como meta final del ser humano. Cierto o no, viaje iniciático o representación del laberinto del tiempo,uno de los trazados más antiguos que se conocen se encuentra en el foro romano. Y en nuestros días, el escritor Julio Cortázar tituló “Rayuela” a una de sus novelas más conocidas, alegoría de un argumento que es posible leer “a saltos” y no de manera lineal. Así, los niños (y algunos adultos) sienten una inevitable fascinación que les invita a recorrer este singular camino simbólico que les lleva a todas partes y a ninguna.
Las reglas, que apenas varían en cada lugar y momento de juego, consisten en realizar un itinerario horizontal que puede adoptar distintas formas o diseños, saltando con un solo pie las diferentes divisiones trazadas en el suelo con una tiza que marca un dibujo (normalmente efímero), hasta llegar a la última casilla denominada cielo y volver al comienzo de la casilla denominada tierra. En este “recorrido vital” se avanza a través de diferentes etapas, estados o hitos, expresados en números, que alternan la falta de apoyo (despegue de la seguridad que ofrece el suelo) con “descansos” en los que es necesario parar, mirar hacia delante o hacia atrás y pensar. La piedra o tejo que se lanza por turno representa metafóricamente el “yo” que avanza o retrocede y organiza desde el puro azar, el transcurso de nuestro presente hacia un devenir, pero sin perder de vista el origen. Es decir, la vida misma.
Habitar un espacio y transitar un recorrido
La metáfora de la educación sería entonces como la acción lúdica de la rayuela: el relato de un viaje o emprendimiento de un camino basado en todos los encuentros posibles y no en el seguimiento de una ruta o programación ya definida de antemano. Y como cualquier viaje compartido, la educación debe generar experiencias transformadoras que permitan “volver a casa” siendo otro, pues en todo espacio simbólico de vida en relación, se renuevan necesariamente los intercambios y significados que se construyen desde la alteridad.
Así, los trazados de la rayuela traspasan sus límites, al generar una experiencia basada en la posibilidad de completar la metáfora del espacio en blanco, donde el vacío es el lugar de la pregunta y de la apertura hacia el yo-otro. Espacios que pueden ser completados con pensamientos en palabras e imágenes que van más allá de lo descriptivo o la simple representación para constituirse como “espacio relacional” que dibuja el territorio de la memoria, la identidad y el deseo.
El relato de la tierra al cielo
A partir de la idea de itinerario a seguir, se propone realizar el trazado de una rayuela como recorrido compartido que represente y ofrezca visibilidad a los acontecimientos, objetivos o procesos que resultan esenciales para un colectivo o evento: grupo de clase, claustro de educadores, encuentro con familias y otros profesionales, etc. El “viaje común” puede ser el avance de un curso académico o escolar, las etapas de un proyecto o una dinámica de evaluación como relato dialógico que incluye la acción del cuerpo y la simbología que aportan los objetos, las imágenes y los espacios.

Así, la configuración de los diferentes diseños de la rayuela (realizados con cinta adhesiva sobre la que se pueden escribir palabras y/o fijar imágenes metafóricas elegidas en grupo o por cada participante), ofrecen una diversidad de valores y significados que narran los diferentes hechos, etapas o acontecimientos desde el “nacimiento” de ese proyecto en común: imágenes para expresar, por ejemplo, el crecimiento personal o profesional de cada jugador y del grupo, las dificultades e incertidumbres encontradas en el recorrido, los logros conseguidos y también las esperanzas que celebran el aprendizaje en comunidad.
Recorridos vitales que elegimos al trazar una línea recta o una espiral, con desvíos o atajos, rupturas o convergencias, descubrimientos y nuevos ensayos (que no errores), continuidad o alternancia, límites o aperturas que se expresan en la gráfica de la rayuela. Posibilidades que, quizás, se ofrecen a través de cada imagen o palabra para explicar el “camino de la tierra al cielo” y que pueden finalizar en un mismo destino u horizonte común donde confluir. Así, tendremos la posibilidad de transformarnos y revisarnos a través del trazado consciente del mapa de las emociones que dibuja otros caminos, pues el ya realizado no es el único territorio por el que transitar. Existen pues, tantas maneras de construir la rayuela como formas de entender y entendernos con otros en el juego de la vida.
Este artículo fue publicado en la revista Aula de Infantil, nº 93, enero 2018.
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