Ángeles Ruiz de Velasco Gálvez y Javier Abad Molina

Fotos y proyecto: Javier Abad

Sacad la palabra del lugar de la palabra y ponedla en el sitio de aquello que no habla (Roberto Juarroz).

Escribir el lugar con alguien y para alguien

La palabra escrita es más que un signo gráfico o significante de la comunicación. Habitualmente tiene un sitio propio y acomodado en renglones o márgenes de cualquier soporte para revelar un mensaje intencionado. Incluso, también es la oportunidad para decir el silencio cuando se necesita expresar lo que no alcanza la voz (la palabra es pérdida y ganancia al mismo tiempo). Así, a través del texto escrito podemos hacer que “hablen” los sitios que habitamos en el día a día (casa, escuela, universidad o ciudad) para construir un lugar con sentido. De esta manera, las palabras viajan del espacio imaginario de nuestro pensamiento al espacio físico para poder recorrerlas e interpretarlas con el cuerpo o servir de objetos constructivos para representar a la comunidad educativa de pertenencia.

Así, del tradicional y sencillo lugar bidimensional de la hoja de papel, pasamos a la apropiación y significación de cualquier espacio (vertical y horizontal) para dar visibilidad y “apalabrar” nuestros proyectos y esperanzas. Es decir, crear nuevos espacios de memoria y encuentro que invitan a “leer y escribir la vida” de manera participativa y lúdica. El lugar-palabra, más allá de ser la metáfora de un espacio que permite escribir con otros y también para otros, será el mejor contexto para resignificar la comunicación y dar forma reconocible al vínculo identitario. Los que escriben juntos elijen pues a los posibles lectores, los imaginan y construyen. 

Palabras cruzadas

A través de la esta experiencia, la palabra se convierte ahora en lugar de símbolo y “cruce de biografías” mediante una sencilla propuesta de arte comunitario que se organiza de manera colaborativa entre dos o más personas: una comienza escribiendo una frase breve a modo de pregunta, inicio o saludo y otra responde, en el mismo soporte y a continuación su respuesta, agradecimiento o final del mensaje. Se trata pues de generar un relato mínimo (no más de 10-12 palabras), como acontecimiento de escritura colectiva que transformará ese mismo lugar en espacio narrativo con la suma del nosotros y que propone una historia común.

Para ello, se facilita a los participantes un rotulador indeleble y una base rígida (a ser posible cartulina, cinta o papel adhesivo) con dos partes bien diferenciadas de distinto color o con una línea de separación entre ambas: una para el que inicia la frase y otra, para el que finaliza. Con todos estos soportes escritos se puede crear posteriormente un “laberinto de textos” en un espacio exterior (patio escolar, campus universitario, plaza o calles) que invite a su recorrido como “paseo lector”. Hablamos por tanto de una acción lúdica compartida a través de la escritura, que pretende atender y rescatar todas esas pequeñas historias que nos unen, de manera casual o causal, y que se hace necesario decirlas a través de la comunidad como altavoz. Palabras que nos sustentan y permiten crecer.

Fotos: Javier Abad

El valor de la palabra

Sin la palabra no sería posible sentir o pensar en relación con otros, pues ya sabemos que lo que no se nombra, sencillamente no existe. Por esa razón nos une (y también puede separar) para transmitir deseos, necesidades y vivencias que afirman la diversidad en la conciencia de nuestra alteridad y “dibujan de palabra” la representación de las emociones que se comparten en un mismo colectivo. Gandhi escribió que era necesario cuidar los pensamientos pues éstos se convierten en palabras y éstas, a su vez, en los actos que rigen nuestro anhelo y destino. El valor de la palabra forma parte del patrimonio simbólico de cada colectivo humano que no solo es preciso atender, también proyectar y recrear.

La elección y escritura participativa de una palabra (o breve texto de grandes dimensiones o escala), que resignifique un espacio de tránsito y encuentro en el contexto educativo, supone la expresión y énfasis en un mensaje que pretende ser un recordatorio y compromiso con un proyecto de vida personal y profesional. El lugar permanecerá investido con la voluntad e idea que el sentido de la palabra tenga para la comunidad referente, pudiéndose (re)escribir cada nuevo curso.

También el ámbito urbano puede ser un “espacio textual” de inclusión (ya tenga nombre o sea anónimo), que invita a realizar una acción performativa propuesta por los estudiantes de Educación mediante un juego de “vaivén” de escritura en dos soportes diferenciados (tarjetas blancas con sus preguntas y negras para las respuestas ofrecidas por viandantes o colaboradores casuales en el proyecto). Con la unión de todos los trazos de vida, es posible escribir el lugar de la palabra.

Fotos: Javier Abad y estudiantes CSEU La Salle de Madrid

Este artículo fue publicado en la revista Aula de Infantil, nª 99, septiembre 2019.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *