Ángeles Ruiz de Velasco Gálvez y Javier Abad Molina

Fotos: Javier Abad

  La realidad no es otra cosa que el resultado transitorio de lo que hacemos juntos (Marx).

Vivir en la metáfora (y compartirla)

Las metáforas relacionales colaboran en la expresión del relato colectivo que se va construyendo mediante un proceso narrativo de participación e inclusión. Se trata de elaborar, entre todos, uno o más significados del encuentro performativo que desvela la simbología que nace y se construye en un determinado grupo humano, expresada mediante la palabra, la imagen, los objetos y las acciones.

Desde su etimología, la metáfora realiza una transferencia o desplazamiento del sentido de una idea a otra idea mediante el vaivén del significado entre lo que es y “lo que puede ser”. Es decir, un puente semántico entre lo visible y lo invisible (pero real). Pero no es una construcción individual sino comunitaria la que posibilita la calidad de las relaciones, pues necesita de otros como receptores e intérpretes. De esta manera, esa comunidad (grupo-aula, claustro docente o personas implicadas en un proceso formativo) se hace visible a través de la expresión de la metáfora colectiva que da forma y sentido a los valores que sustentan el procomún. Es decir, los contextos (y pretextos) necesarios para aprender de nosotros mismos en el espejo y reflejo de esos otros con los que confluir en el imaginario compartido que concurre en cualquier ámbito educativo.

Fotos: Javier Abad

Crisálida de mariposa o tela de araña

Y si la metáfora debe ser necesariamente compartida para ser vehículo de cohesión y entendimiento, las dinámicas grupales que integran todas las formas de representación posibles son el mejor contexto-pretexto para la acción simbólica. Así, para la realización de esta propuesta, cada persona del grupo contribuye con un ovillo de lana de cualquier color. Para comenzar, la primera acción espontánea que surge es decir un nombre y lanzar el ovillo a otro participante que lo recoge y vuelve a arrojar. Poco a poco, se va creando una red tejida de conexiones que permite, al finalizar esta acción, que todos están vinculados entre sí. La comprobación de esa “fortaleza” del grupo cohesionado a través de los hilos de lana entrelazados también puede verificarse, de manera real y no solo metafórica, levantando levemente en el aire a cualquier participante que se ofrezca a ser sostenido con la colaboración de fuerzas del conjunto.

Otra acción sugerida es la envoltura de los participantes con los hilos desmadejados (simbología de la unión-separación o de la indiferenciación), que se entretejen en el orden y se enredan en el caos. La imagen corporal y objetual reunida y resultante de esta coreografía entre los cuerpos y los objetos tiene para cada persona diferentes lecturas y significados. Se establece habitualmente un diálogo conectado con los diferentes sentimientos y emociones que estas interpretaciones opuestas, y complementarias a la vez, suscitan en el grupo. Los participantes se preguntan entonces si la imagen que aparece ahora ante ellos es hermosa o inquietante, agradable o incómoda o si conecta con su imaginario para plantearse estas cuestiones: ¿es metáfora de la vida o de la muerte?, ¿es una crisálida de mariposa para renacer o es una tela de araña que aprisiona y de la que es necesario liberarse? En definitiva, ¿es cuerpo real o imaginario?

Fotos: Javier Abad

La firma colectiva

La segunda parte de las acciones encadenadas se concreta con la representación de la experiencia. Sentados en un gran círculo (forma simbólica también de la metáfora inclusiva), los participantes escriben su nombre propio en una hoja Din A3 en formato horizontal y con una cera blanda que deberá ser de diferente color para cada persona. Mientras “dibujan” la escritura de su identidad, comentan en voz alta su origen o la razón por la que sus padres o familiares pensaron o eligieron ese nombre y no otro. Una vez escrito (en grande y en el centro del soporte) se invita a pasar el soporte de papel al compañero o compañera de al lado, para que escriba ahora su nombre entramado en el anterior, de tal manera que se superponen, enlazan o vinculan para formar uno solo. Y así sucesivamente hasta que cada hoja realiza el recorrido completo.

El resultado de este juego de estratos autográficos es la “firma colectiva”: la identidad reconocida se diluye en el conjunto pues cada biografía es el vector de relaciones con otro, pero siendo conscientes de permanecer en esa trama de líneas anudadas que antes, durante el juego performativo, fueron hilos u “objetos relacionales” investidos por los participantes mediante el placer lúdico. Es decir, “perdemos” una parte de nuestra individualidad para “ganar” el sentido de pertenencia al colectivo. Para finalizar la dinámica, los participantes reflexionan y comentan con el grupo su implicación en la experiencia y si ha existido una posible mejora en la percepción de su “yo social” a través de la metáfora relacional. Como última acción significativa, llevan consigo la imagen gráfica como memoria del encuentro, que es de cada uno y es también de todos.

Este artículo fue publicado en la revista Aula de Infantil, nª 97, noviembre 2018.

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