Ángeles Ruiz de Velasco Gálvez y Javier Abad Molina

Fotos: Javier Abad

Las imágenes son, al mismo tiempo, anclaje con la realidad y trampolín para la imaginación (Roberto Farné).   

La imagen y el relato compartido

Como dinámica de presentación o conocimiento grupal al inicio de cada curso ¿sería posible utilizar también las imágenes, además de la palabra, para presentarnos a los demás o expresar mejor quiénes somos y qué tenemos en común? La elección de la imagen que mejor nos identifica no es neutra y siempre comporta una decisión que está relacionada no solo con lo que vemos, sino también con lo que sentimos, pensamos o recordamos a través de ella, pues nuestra memoria o historia revivida en imágenes, es narración visual con otros.

Se propone entonces a un grupo de estudiantes, equipo de escuela o cualquier colectivo docente en ámbitos formativos que, a través de la aportación de una imagen y la conversación compartida sobre su significado, se genere un lugar de encuentro (real e imaginario), como verdadero cruce de biografías escenificado en un espacio de juego. Para ello, es necesario solicitar que cada participante traiga de su casa esa imagen identitaria o representativa de su “yo” impresa en papel (tomada de internet o extraída de un periódico o revista). Quizás esa fotografía pueda ser la viva expresión de un sentimiento común que nos permite coincidir con otras personas en un mismo o cercano recuerdo, evocación o idea.

Como alternativa, la persona que dinamiza la propuesta puede buscar e imprimir parejas de imágenes antagónicas y/o complementarias que dialoguen entre sí (paradojas o metáforas) y ofrezcan una elección para ser… ¿agente o paciente?, ¿virtualidad o realidad?, ¿raíces o alas?, ¿caja abierta o cerrada?, ¿oveja negra o rebaño?, ¿hoja escrita o todavía en blanco?, etc. En esa identificación, siempre en tránsito, hacemos visible y compartimos las maneras de explicar(nos) la vida.

Ejemplo de imágenes posibles (parejas arriba y abajo) para ser utilizadas en la dinámica grupal.

Descripción y desarrollo de la dinámica

En un espacio horizontal lo más diáfano posible, se dibuja en el suelo una cuadrícula o ajedrezado efímero (con tiza o cinta de carrocero, por ejemplo, dependiendo del material y color del piso) como el que se realiza en una hoja de papel para el conocido “juego de los barquitos”. Las dimensiones de la cuadrícula se establecen en función del número de participantes, es decir, suponiendo que el grupo esté formado por 20 personas, en cada eje de la cuadrícula (como si fueran abscisas “X” horizontales y ordenadas “Y” verticales) tendrá que haber 10 casillas “de salida” o puntos de partida, donde se distribuirán los participantes colocándose delante de una tarjeta o Post-it en el que hayan escrito su nombre.

A continuación, y de forma libre, los participantes eligen cualquiera de las imágenes ofrecidas (podría ser un objeto o palabra) y avanzan por su cuadrícula hasta coincidir en el cruce de casillas con otras personas que, a su vez, recorren el camino de su propio eje que se cruza con las otras cuadrículas. Cuando se crea el encuentro, se paran para hablar entre ellas utilizando las imágenes como elemento desencadenante de la conversación: el motivo de su elección, el significado personal de la imagen, etc. Cada participante tendrá 10 encuentros con otras personas del grupo, 10 buenas oportunidades de coincidir con otros y saber más de aquellos con los que aleatoriamente se ha producido ese instante.

Fotos: Javier Abad

La polisemia de la imagen

La intención de utilizar imágenes en este tipo de dinámicas de conocimiento grupal, está relacionada con la naturaleza polisémica de las mismas pues esto implica que, como cada imagen es portadora de múltiples significados (van más allá de sus propios significantes), las personas que participan en la propuesta pueden elegirlas en función de lo que les sugieren y a la vez del propósito que pretenden transmitir al grupo sin que esto suponga una decisión concluyente, sino interpretativa, tanto para el que la ofrece como para los que la reciben. De esta manera, el grupo se interroga y reflexiona sobre su sentido (ya sea individual o colectivo), ahora relacionado con un sentimiento o pensamiento que se quiere compartir, ampliando las posibilidades para intercambiar pareceres o hacer derivas de ideas, alejándose así de la “función denotativa” (asociada a una única acepción) propia del mensaje lingüístico que habitualmente se comunica a través de la palabra. Es decir, otras maneras de conocer “quién somos yo” en relación.

Las imágenes pueden sugerir (y provocar) tantas lecturas como sujetos que las miran, interpretan y significan, ya que contienen códigos “literales” (lo que se ve en ellas y en su propio contexto de realidad: un reloj de arena, una huella o una pluma), como “culturales” (lo que se ve a través o más allá de ellas: el paso del tiempo, la memoria indeleble o la levedad de la vida). Las imágenes transitan por ámbitos no verbales silenciosos, pero de una gran fuerza comunicativa que, además, aviva el proceso imaginativo de los contempladores. Su semántica nos habla de formas visibles e invisibles que son creadas por el imaginario individual y colectivo, en las que se depositan valores de ley, empatía y mutua confianza.

Este artículo fue publicado en la revista Aula de Infantil, nª 101, setiembre 2019.

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