
Javier Abad y Ángeles Ruiz de Velasco (2021)

Las metáforas influyen en nuestra manera de pensar y de sentir porque se van conformando desde un imaginario social y colectivo que, a fuerza de ser repetido, se instala en el discurso particular de las personas. Por esa razón, cambiar las metáforas habituales por otras “vivas”, como sugiere Ricoeur, no es solo una cuestión de lenguaje, sino una transformación más consciente y personal de nuestro pensamiento y emoción.
En metáfora PENSAMOS…y SENTIMOS
Las ideas que nos formamos como sociedad sobre política, religión o modos de vida, van cambiando con el paso del tiempo, dando lugar a enfoques diferentes sobre cuestiones que, en etapas anteriores de la historia, habrían resultado impensables. En educación sucede lo mismo, porque ningún discurso es una verdad absoluta, sino una construcción que se reinventa cíclicamente con la ayuda del relato expresado a través de la metáfora.
En Reggio Emilia conocían bien este lenguaje ficticio que todos utilizamos para referirnos a la realidad, como parte de esos cien que atribuyeron a la infancia, pero que en verdad son “patrimonio” de toda la humanidad. Así, también ellos elaboraron sus propias metáforas para explicar su innovadora propuesta y recurrieron con clarividencia al “ambiente como acuario transparente”, a la sutileza de “caminar por hilos de seda”, a la poderosa imagen de la “piazza del mercado” donde todo está a la vista y se visita con los 6 sentidos en una idea de la diversidad y riqueza que habitan la escuela o la metáfora de la “bicicleta” donde la estética y la ética deben pedalear a la vez, pero con el manillar o conducción del sentido político de ambas. E incluso, una muestra que recorrió medio mundo en los años 80 también utilizaba como título otra famosa metáfora Reggiana: “El ojo se salta el muro” para expresar que la mirada va mucho más allá de lo que podemos percibir en la inmediatez y que tuvo más tarde su continuidad con otra exposición-metáfora: “Los 100 lenguajes de la infancia”.
De igual manera, los niños incluyen el pensamiento metafórico en su expresión oral de una manera intuitiva y muy poética, como forma de expresar eso que se denomina “pensamiento mágico”, al que Loris Malaguzzi, inspirador de la propuesta reggiana, dio tanto valor: decir que “los cristales lloran” cuando las gotas de lluvia los recorren lentamente, es sin duda, una hermosa imagen y son representaciones de la realidad que pueden ser “pensadas” y sentidas intensamente por la infancia y los artistas (y los educadores). A los niños les gustan las metáforas pues, además de suponer una exploración lúdica del lenguaje, son conscientes de la gran fascinación y sorpresa que generan en los adultos, quizás desde ese lugar en el que la metáfora recupera la fuerza de transmitir la “viveza” de la primera vez y alejarse del lenguaje habitual al que se acaban acostumbrando los oídos a fuerza de escucharlo. Y desde la creación artística, la poesía de F. G. Lorca es una interpretación metafórica de la vida mediante imágenes literarias que percibimos y “leemos” a través de todos los sentidos. Por ejemplo, lo visual se convierte en sonido, gusto y olfato cuando escribe “lengua azul de playa” en el uso de la metáfora sinestésica que convoca la sensorialidad.

- “La Educación es como una bolsita de té”
Esta es la metáfora que, en un seminario, ofreció una estudiante de Grado en Educación al solicitarle una descripción sobre su experiencia en la escuela durante las prácticas: “contiene la esencia de algo que se expande desde lo que permanece guardado en un sencillo envoltorio y además se disfruta con los sentidos pues permanece en el recuerdo gracias a su sabor, aroma y calor”. Y terminó la descripción de la imagen metafórica con esta idea: “y se degusta mejor en buena compañía y conversación con otras personas”.

- La educación es… ¿ventana, espejo o pantalla?
Y todo es mirada y cristal. La ventana nos permite, desde el espacio interior, encuadrar la realidad del exterior para mirar más allá de lo inmediato. El espejo es el auto-reflejo o duplicado simétrico de ese otro “yo” al que asomarnos para conocernos mejor y entender mejor a los demás. Y la pantalla es límite que desdibuja y a veces confunde la realidad y la virtualidad. Entonces, mirar “a través” de un cristal no es lo mismo que mirarse “en” un cristal. La Educación actúa como espejo que devuelve el eco de quién soy yo para después ser ventana al mundo que enfoca el quiénes somos nosotros. Que seamos presencia o posibilidad, reflejo o proyección, realidad o virtualidad dependerá del relato que escribamos en cada cristal sobre el sentido educativo en el que creemos.

- La Educación es… ¿fondo o figura?
La educación se produce en un contexto interrelacionado en el que la “figura” y el “fondo” se necesitan mutuamente. Cuando el proyecto se realiza de manera coherente, las interacciones entre el fondo y la figura son flexibles y están compensadas. El adulto proporciona un fondo estable y permanente para que destaque y brille la “figura” de los niños. De esta manera, pueden tomar conciencia de sí mismos y de sus capacidades al sentirse reconocidos y seguros para así avanzar en la aventura de lo que está por venir.

- El camino de migas de pan
Parecida metáfora aparece también representada en los cuentos mediante el rastro de migas de pan bajo los pies para desandar el sendero (las raíces) o, por el contrario, la construcción de torres o la trepa por plantas mágicas que desaparecen entre las nubes (las alas). La reiteración de las rutinas y rituales como la acogida, los cuidados, las envolturas y todo lo relacionado con la función maternante, constituye el primer suelo donde el niño se arraiga e identifica con las marcas iniciales o hitos del camino de la vida. Y en ese juego de ciclos narrado con otros, a la infancia le gusta el “volver a empezar” y las reiteraciones que reaparecen una y otra vez de manera idéntica y diferente en mil variantes. Nada es más tranquilizador para un niño como saber que el mundo sigue ahí y nada tan retador como el cambio mientras algo permanezca en aparente continuidad.

- Raíces y alas
O anclas y velas, que es lo mismo. Echar raíces o tener alas (entre el cielo y la tierra) ofrece un anclaje firme y el permiso de volar alto y llegar lejos, a todas partes y a ninguna en la conciencia de necesitar tanto referencias nítidas como ideales. Esta disyuntiva no es una contradicción en su elección, ya que cada ser humano necesita de unos cimientos estables asociados al hogar, la familia o cualquier construcción afectiva, los valores, la seguridad y la plenitud. Y, al mismo tiempo, el permiso del riesgo y el deseo de crecer. Las raíces son también la pertenencia a una comunidad de referencia, el vínculo y apego a otras personas en la continuidad y la presencia. Estas raíces permiten confiar en las propias capacidades y reconocer las limitaciones. Y en este dilema, “somos” toda la vida.
Una última metáfora para navegantes…
El espíritu de la infancia es nómada y sedentario al mismo tiempo, ya que precisa tanto de anclarse como de echar el vuelo al aire. De lo estático a lo dinámico y viceversa, pero siempre hacia delante, pues “más lejos” no equivale siempre a “más alto”. Es necesario pues, poder regresar a ese puerto inamovible en sus coordenadas (las raíces) que ofrece seguridad a los exploradores cuando se disponen a aventurarse más allá de los confines conocidos (las alas). La metáfora náutica nos explica y da permiso en la alegría de perdernos y de volver a encontrarnos, pero no para “destruirnos” sino para sentir el leve y momentáneo vértigo del extravío que es la propia deriva aceptada voluntariamente.
El sentido de lo que ello expresa no habita en la congruencia de los signos de la lengua, sino en sus opciones y “formas otras” de conocer, pensar, sentir y vivir, pues los niños comprenden las cosas como si fueran soñadas en un mundo de imágenes sin nombre, al que más tarde regresan para extraer su jugo y verdadero saber. De esta manera, la infancia es un rompecabezas de retazos de memoria: imágenes, emociones, nostalgias, impulsos, sensaciones y también, ¡metáforas! Piezas que parecen separadas, pero que encajan, combinan y se unen unas con otras, aunque de entrada no se distinga el dibujo del puzzle que conforman y sea necesaria la paciencia y la calma espera. Y ahí aparecen de nuevo las raíces que extraemos de cada objeto, olor, sabor o color, entrañadas en lo profundo de su recuerdo para “volver a ser niño”, como dice el filósofo Roger-Pol Droit.
Y si la Educación no es un “cubo a llenar, sino una llama a encender”, que lo único que rescatemos de la casa ardiendo sea el “fuego” para que la Educación Infantil siga siendo la casa común a la que siempre podamos regresar, pues guardaremos sus llaves toda la vida. Y ya no es una cuestión de metáforas, sino de prioridades. Y ahora más que nunca.